Memorias y
rutinas del
payaso bogotano
Beca de investigación en Arte Dramático IDARTES 2012
Rutinas
Técnicas tradicionales y contemporáneas
[De regreso al camerino, el payaso se observa frente al espejo; contempla sus formas, sus colores y su historia tan antigua como las voces e imágenes que siguen zumbando en su cabeza y en su cuerpo]
Cuando me pinto me transformo, no puedo quedarme quieto, me la paso chistoseando, llevo como 42 años pintándome. El payaso debe tener un ángel, no es simplemente pintarse.
El maquillaje del payaso se basa en aprovechar los rasgos particulares de cada rostro para resaltar gestos y posibilidades cómicas del mismo. Es además cuestión de identidad, pues proyecta una imagen característica del payaso para que lo reconozcan. Es importante considerar que el maquillaje es apenas un realce, un maximizador de los efectos que los gestos del payaso proyectan y comunican.
El rojo...
Anteriormente se compraba el rojo bermellón, hoy en día no existe. También tenemos otras formas de conseguir el rojo. Hay compañeros que compran eso que usan para pintar las telas... óleos. Yo conseguí otra técnica más moderna: compro un delineador rojo, le sustraigo la mina, y hago el mismo proceso que con el blanco, y obtengo el rojo.
El maquillaje parece haberse reducido, de tamaño y de cantidad. En el circo el rostro exigía una magnificación que ahora, en otros contextos como las fiestas infantiles, lo hace ver grotesco y hasta amenazante. La proximidad con el público exige que los maquillajes sean más sutiles.
Con el vestuario ocurre algo similar, que ha tendido a simplificarse, aunque siempre el vestuario es algo que caracteriza al payaso. El asunto es que antes eran muchos los accesorios de que se valía el payaso para adornar visualmente su personaje (guantes, sombrero, peluca, zapatones, malla -en esa época salir sin mallas podía ser terrible simplemente porque estaba mal visto entre los payasos hacerlo por los códigos que se manejaban, además la malla facilitaba las acciones que implicaban tener el pantalón abajo). Antes uno salía con zapatones, y los niños ya se reían con sólo verlos, ahora no...
Hay una influencia europea que yo alcancé a ver en algunos circos cuando todavía era niño, y es la del uso de objetos sobredimensionados, como en la entrada de la cirugía. Le sacaban los intestinos al payaso que hacía de enfermo y utilizaban instrumentos gigantes, como un bisturí enorme que por supuesto asustaba al pobre payaso de la camilla. Sé que ahí hay una influencia europea - no sé si italiana- pero no estoy seguro si en esta entrada, por ejemplo, están imitando o es en todo caso una creación propia de los payasos de aquí.
Ya no se hace la pintura bonita para aprovechar los gestos y los rasgos, o el huequito en el zapato, o el guante roto, o el chichón, todo eso se acabó… Para mí ese fue el principio de lo que está pasando ahora con el payaso y con el circo. El payaso que mantiene el estilo americano exagerado es el payaso de restaurante.
Yo me empecé a dar cuenta que a los niños ahora les da miedo esa apariencia, por eso es que empecé a reducir la imagen, más sobria, para entrar más en esos espacios de las fiestas infantiles y las piñatas.
Pero en todo caso a pesar de la “reducción” de la apariencia, todavía es importante ser cuidadoso y elaborado con esto. Por ejemplo con mi compañero trabajamos vestidos casi igual, combinando los mismos colores pero con detalles muy bonitos, y eso marca una comicidad muy bonita.
[Ya sin maquillaje y con su ropa de calle, el payaso se retira del camerino. Aunque tenía planeado ir a su casa a descansar, a último momento decide regresar al espacio de los encuentros de payasos, para asegurarse que el regreso de las voces e imágenes se prolongue, ojalá de forma permanente, para no volverlo a abandonar nunca más]
Humor físico
"El trabajo actoral”, explica Juan Carlos Yela mientras la mayoría de participantes se limpia el sudor y recupera la respiración, “debe ir acompañado del trabajo físico, pues esto ayuda mucho a construir cosas cómicas con el cuerpo. Más que ser acróbata, es tener un entrenamiento disciplinado para lograr hazañas corporales graciosas; por ejemplo Mario Escobar, quien fue uno de mis maestros, logra realizar cosas chistosas para complementar sus números o propuestas, básicamente porque tiene un trabajo permanente y conoce su propio cuerpo, que no es para nada atlético o liviano. Hay miles de ejemplos de actores y técnicas como la cámara lenta, que es un recurso muy bonito pero que se debe trabajar muy bien. Yo trato de usar mil recursos para lograr lo cómico sin el cuerpo, pero en el escenario lo corporal lo ayuda a uno y lo salva.”
“Estoy de acuerdo con eso. Como ya lo dije en otro momento”, interviene otro participante, “yo descubrí que el humor de mi payaso es menos corporal y más intelectual, pero también soy consciente que tengo que encontrarle una expresión corporal a mi personaje.”
“Las cascadas son una parte acrobática importante del payaso”, dice un veterano payaso, ahora también dueño de circo, “pero es igualmente importante integrar otras cosas, como por ejemplo el baile, tanto a la formación física y corporal del payaso, como al espectáculo cómico en sí. Eso realza al payaso.”
“Yo por ejemplo”, dice otro veterano, que además ahora es pastor, “siempre he tenido una formación artística hacia el baile y la música. De hecho, yo entré al circo como técnico porque acompañe a mis hermanas a un casting de bailarinas, pero al poco tiempo yo ya era el primer bailarín del circo, por mi talento. Aunque de niño había hecho cosas de payaso con un amigo del barrio, y luego me pedían que personificara a Cantinflas en eventos del barrio (porque lo imitaba muy bien), estuve muchos años en circos como bailarín, y solo por una casualidad fue que me puse de nuevo el vestuario y la nariz roja. Me tocó cubrir a un payaso que nunca llegó a un evento el minicirco que yo manejaba. Ahí nació mi payaso, y no puedo negar que todo lo que sabía hacer, sobre todo bailar y hacer música infantil, se canalizó y potenció a través de mi personaje.”
“Para mí ha sido tan importante lo corporal”, dice un payaso joven de cabello rubio, que es reconocido por haberse formado con payasos tradicionales de circo, pero al mismo tiempo haber realizado estudios de arte dramático y clown, “que yo estudié pantomima y expresión gestual. Eso de crear mundos de la nada, solo con el movimiento de las manos y del cuerpo, me parecía algo mágico.”
Caracterización
“A mí me pasó algo muy curioso”, continúa el mismo payaso rubio, “yo hacía de mago desde chiquito, y en una presentación en el colegio, me dio por ponerme la nariz de payaso, y fue como un cambio, como cuando Jim Carrey se pone la máscara[1] y se transforma, algo dentro de mí se revienta, son muchas emociones y un deseo de jugar y descubrir, y empiezo a sacar de voluntarios también a algunos profesores, una cosa muy loca... Al mismo tiempo me siento vulnerable y alerta a todo lo que pasa a mi alrededor.”
“Hay una idea errónea del payaso”, dice Guillermo, “y es creer que se trata de alguien que puede burlarse directamente de la gente, aproximarse al niño sin importar si se asusta, se cree que debe ser el bufón que agrede, que ofende.”
“¡Pero el asunto es que en los barrios y en los circos pequeños ese tipo de payaso gusta!”, dice uno de los payasos veteranos que más ha asistido a los encuentros. “Son los payasos que nosotros llamamos que son “rasca” o “matacho”, que tratan de hacer las cosas ‘bonitas’ que hacen otros, pero acaban siendo morbosos, vulgares, a veces de mala calidad.”
“Bueno, creo que es importante hacer una claridad”, dice Juan Carlos Yela, “y es que la risa es importante, pero la risa puede ser buena o puede ser mala. Ahí es donde empieza a aparecer la habilidad del payaso como espectador, con una mirada autocrítica, para tener claro cuándo el público es demasiado generoso, pues ahí es cuando hay que ser cuidadoso, no regalarse al público o sobrepasarse.”
[El payaso investigador oprime el botón de pausa de la cámara. La imagen de Juan Carlos queda congelada mientras el investigador toma algunos apuntes]
Hay una relación compleja entre el chiste -o “gag”- y la risa, pues aunque aparentemente son indisolubles, diferenciarlos permite entender el proceso social y cultural que implica el acto comunicativo del payaso con su público. ¿La intención es generar una carcajada o dejar un mensaje, que puede ser educativo o político? ¿Son las dos cosas? Leyendo a Freud[2] me encuentro con que para él, el efecto cómico no puede estudiarse apenas como un dispositivo (es decir, el chiste) sino como una mediación que se construye desde lo social, surgiendo desde y respondiendo a imaginarios, fantasías, temores, frustraciones, sueños y expectativas que rondan nuestra vida cotidiana. Así se puede entender todavía mejor la relación entre el humor grotesco y la idea de Bajtin del bajo corporal, pues en últimas remite a la expresión implícita de lo reprimido (sexual y escatológico).
Pero también me encuentro con que unos veinte años después, Freud escribió un ensayo en que diferencia humor y chiste[3]. No lo he leído, no sé exactamente cómo aborda la diferenciación, pero me parece que puede ser algo similar a lo que hace Henri Bergson en su estudio sobre la risa. Este autor hace una diferencia entre la risa con una dimensión estética (contemplativa) y con otra ética, que implica de forma más clara una intención destructiva de humillar o corregir.
Como me decía un payaso y director del circo del ejército (a propósito, ¿con qué intención el ejército monta un circo?), la comicidad está estratificada; la comicidad fina o clásica no es fácil de decodificar de manera exitosa en contextos populares. Él considera que la influencia del payaso chileno, que tiene fama de traer lo grotesco y vulgar a nuestro medio, viene más es en la cuestión de abordar al público, que no necesariamente es un abordaje grosero. Por lo general atropella, ridiculiza, pero no necesariamente agrede. A veces es muy fina esa frontera, dependiendo de elementos como el movimiento del cuerpo, el contexto en que se hace, los sonidos en que se apoya, los textos que se incluyen...
[Con más incertidumbres que claridades en sus ideas, el investigador oprime de nuevo el botón de “play” de la cámara. La imagen pasa rápidamente de Juan Carlos Yela al payaso veterano dueño de circo]
“Una vez se tiene un buen maquillaje y un buen vestuario, es importante tener presente la voz como un elemento fundamental del payaso.”
“De hecho”, retoma el payaso veterano, “para aprender a ser buen payaso, es esencial saber no sólo hablar, sino aprender a reír y a llorar."
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“Me parece que es difícil romperle al actor la actuación para que haga un payaso orgánico, sobre todo con la impostación de la voz”, dice un joven ante la sorpresa de todos, pues a pesar de participar permanentemente en los encuentros, es bastante tímido y rara vez se le ha escuchado la voz. “Hay unos estigmas y unas marcas, un deber ser del payaso, formas y cosas que, en mi opinión, ensucian el personaje. Y quiero dejar en claro que no estoy hablando solo de los payasos tradicionales, por ejemplo conozco una chica de Medellín, que en un taller de clown hospitalario que estuvimos era evidente por su caracterización y por la voz -que era más bien un gruñido- [risas] estaba formando un personaje que no era de ella, que no venía desde adentro.”
“Yo pasé por algo así”, interviene de nuevo el payaso rubio, “cuando uno viene del circo está acostumbrado al gesto grande, a la voz estridente, y cuando empecé a hacer cursos y diplomados de clown, la confrontación fue impresionante, casi traumática, algunos maestros me iban recortando y recortando sin piedad, pidiendo la verdad. Eso le derrumba a uno totalmente el ego, es algo muy interesante. Uno salía de la clase perdido, con una desubicación muy valiosa para crecer. Uno va encontrando una soltura importante, una receptividad, la capacidad de conectarse, de jugar y disfrutar enormemente lo que se hace como payaso.”
“El público no necesita saber de teatro, de actuación o de circo”, dice un payaso que a pesar de su juventud, es uno de los primeros en crear obras de clown en Bogotá. “El público no necesita saber de nada de eso para saber cuando tú estás mintiendo o estás diciendo la verdad. Es difícil de explicar, pero eso se de alguna forma se hace evidente.”
[De nuevo el dedo en el botón de pausa de la cámara, y la mano al esfero]
En estas conversaciones empiezo a ver algunos de los elementos claves para entender la diferencia entre payaso y clown, desde el punto de vista estrictamente dramatúrgico. Pues mientras el payaso es un personaje que se basa en arquetipos que vienen de una tradición prácticamente ancestral (roles rituales de sociedades indígenas, personajes de la cultura popular, de la Comedia del Arte, etc.), el clown es un personaje que se construye desde el propio actor.
[dedo al botón de “play”, de regreso a las imágenes de los encuentros]
[El payaso investigador, un poco sobresaltado por las ideas que se atropellan en su mente, consulta un libro]
Es parecido a la diferencia que establece Peacock (2009); cuando él habla de actor, para mí se trataría del payaso que actúa, es decir que se fundamenta en ideas de un libreto encapsuladas en un personaje, conducido por los esfuerzos de un individuo que trata de borrar su propia individualidad.
Mientras que cuando Peacock habla de clown, se refiere a una interpretación que se fundamenta en ideas y actitudes desarrolladas a partir de la personalidad del individuo que interpreta, de forma única e irremplazable...
¿Mi payaso soy yo, o no soy yo? Lecoq[4] dice que el clown hace parte de tí, pero no eres tú... Actor o no actor... Personaje o no personaje...
[Con cierta sensación de angustia, el payaso investigador continúa mirando las imágenes de los encuentros]
“Hoy con el maestro Mario”, dice Guillermo ya para cerrar la sesión, “hemos visto una dinámica tradicional desde el teatro, pero hay otras corrientes que vienen desde la técnica del clown, que no contradicen esto pero sí es otro camino de llegar al mismo resultado, de encontrar el personaje pero desde el ‘yo’ mismo... Aunque aquí en los ejercicios todos fuimos un poco nosotros mismos, el ‘yo’ de cada uno creando el personaje, por eso digo que no se contradicen, pero pues la técnica contemporánea nos habla más de buscar el personaje de otra manera.”
La técnica clown
“Para mí”, dice un clown que a pesar de su juventud ha dictado numerosos talleres, “el clown es una técnica para la actuación, ya después cada uno la usa como quiera. El clown es un personaje y esto no es discutible. Sin embargo, en el fondo e una técnica que tiene que ver con aceptarse y desde ahí se construye, desde lo interno de cada persona, para poder crear. Inicialmente el payaso aparece para producir un efecto, para de alguna forma llenar y estar ahí; y luego aparece el clown, que tiene conectarse con esa presencia inicial (como payaso que busca producir un efecto). En ese sentido, creo que la diferencia esencial entre lo tradicional y lo contemporáneo, es que antes la búsqueda era el efecto y ahora incluye -e incluso prioriza- la emoción.”
“Para mí el payaso tiene una técnica esencial”, interviene Juan Carlos Yela, “que es la mirada a los ojos, a través de ella comparte y comunica lo que está haciendo y lo que está sintiendo.”
“Yo he descubierto que el payaso es algo... como puro”, dice el payaso rubio, “pues tiene que estar ahí siempre, en el circo tiene que estar siempre disponible para cubrir los huecos y los imprevistos que puedan ocurrir. Pero al mismo tiempo puede hacer lo que quiera, puede llegar al límite, puede ser tierno y pícaro a la vez.”
“Yo creo”, responde el clown joven que da talleres, “que todavía le falta un lugar de VERDAD a los clowns acá en Colombia. Siento que todavía existe la necesidad de estructurar al clown y se olvida el ahora, el presente. Tomar cosas del entorno que es cuando se ven las naturalezas de cada uno.”
“Ahora con esto del boom del clown en nuestro medio”, dice una joven pero experimentada payasa, “se ha dado mucho la situación de cuestionar y deslegitimar las propuestas de los demás, en el sentido de afirmar que ‘eso que usted hace no es clown’. Yo creo que eso se vuelve problemático, para mí es simplemente que son diferentes formas de entender y apropiar el clown. Cuando yo dicto un taller, desde el inicio aclaro que lo que van a aprender es la forma como desde mi grupo hacemos clown, que no es la única y seguramente tampoco la mejor.”
“¡Ja, qué humildad la de ella y la de todos ustedes! Señores y señorita, no pierdan más el tiempo; el clown no es nada de eso que ustedes han dicho, pero también es todo eso, ¡y más!”, dice una voz desde un rincón de la sala.
“¿Y usted quién es?”, pregunta el antropólogo, “¿Por qué yo no lo había visto hasta ahora?”
“Porque soy un reflejo que acaba de surgir, condensación de los diferentes puntos de vista que rondan este espacio desde hace algunos meses. Soy el trickster, ancestro primordial del clown, transhistórico y transcultural, tan presente en las ceremonias rituales como en la corte europea, en la calle, en la pista o en el escenario. De esa forma puedo aproximarme a lo sagrado, lo social, lo político, lo artístico, lo dramático, todo a la vez incluso... ¿Soy una técnica? Sí, claro que lo soy. Soy una técnica, un oficio, pero fundamentalmente un estado del ser.”
[el payaso investigador retoma su libreta, esta vez ni siquiera piensa en colocar en pausa la cámara]
Este reflejo es en buena medida un producto de mis propias elucubraciones. Yo ya había escrito cosas similares en otro lugar y en otro momento, basado sobre todo en el libro de Ballinger (1992).
El trickster es una figura presente en las narrativas de diversos grupos indígenas americanos, y es la contrapartida mitológica del payaso sagrado, presente en los dispositivos rituales de estas mismas comunidades. Ambas son figuras trangresoras, con la habilidad de atravesar las fronteras sociales y morales, contribuyendo al poder creativo de las ceremonias rituales. El trickster es un ser marginal, no solamente en términos sociales; su comportamiento incorregible traza, como contra-ejemplo, los límites que no debemos cruzar, y nuestra risa como público dibuja los cercados de esa frontera. Es una risa que al final de cuentas intenta alejarnos de aquello que somos, pues el trickster es un todo-persona arcaico, que como modelo total de la posibilidad humana es una fuerte y radical ambivalencia (LUCKERT apud BALLINGER, 1992). Balandier (1982) e Lévi Strauss (apud BALLINGER, 1992) colocan al trickster en una condición social ambigua, entre duplas de términos siempre polares (bien-mal, creador-destructor, transgresor-regularizador, etc.). Sin embargo, dicho pensamiento dual es problematizado por Ballinger, para quien una descripción de la incoherencia del trickster sería algo necesariamente escurridizo; al tratarse de una especie de modelo de la posibilidad humana, tiene el poder de deambular por los terrenos de la paradoja, devorando también clasificaciones e intersticios.
¿Ahora, además de la duda existencial del actor o no actor, del personaje o no personaje, resulta que soy una especie de conciencia de la sociedad, y al mismo tiempo un momento efímero pero absolutamente intenso de conexión emocional?
[El payaso investigador cierra la libreta, apaga la cámara, y se evapora, como un reflejo que deja de existir cuando duermen las luces que lanzan su aliento, desde lo alto, hacia los múltiples espejos.]
[1] Referencia a la película “La Máscara”, más información en http://www.imdb.com/title/tt0110475/ .
[2] Estas cuestiones pueden ser abordadas a partir de las reflexiones que Sigmund Freud hace en su libro “El chiste y su relación con lo inconsciente”, escrito en 1905.
[3] Se trata del escrito “El Humor” de 1927.
[4] El francés Jacques Lecoq es una de las principales figuras a nivel mundial que aparecen para darle un nuevo aire al lenguaje clown, a partir de la Comedia del Arte, de la pantomima y del trabajo con máscaras.